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Despedida al maestro - Eduardo Gutiérrez Arias Escrito por La Nación


Tuve la fortuna de ser alumno de Antonio Iriarte Cadena en la cátedra de “Literatura Española” en la Universidad Surcolombiana y puedo decir con pleno conocimiento de causa que fue uno de los pocos hombres a los que se les puede dar el noble y paradigmático título de Maestro.


El pasado domingo, mientras la ciudad de Neiva bullía al son de rajaleñas y tamboras celebrando el día de San Juan, él se despidió de su familia y sus amigos con la tranquilidad de quién ha cumplido a cabalidad su papel en la vida, dejando un legado de enseñanzas difícil de equiparar. Y para demostrar que se iba tranquilo, después de una prolongada lucha contra un cáncer que terminó con su vida, le dictó a sus seres queridos una extensa carta donde termina reconciliándose con la muerte.


La despoja de su hálito cruel, horrendo e inaceptable y la muestra como la consecuencia natural de haber nacido y vivido. Vista así, no constituye desgracia para nadie. Ni para el que se va ni para los que se quedan, como él lo dijo. Antonio fue uno de los pocos profesores a quien nunca le fallaron sus alumnos. Siempre tenía lleno total y nunca necesitó llamar a lista. Incluso a sus clases llegaban estudiantes de otras carreras a aprender y disfrutar de sus clases que preparaba y dictaba como si se tratara de crear una obra de arte. Sus cursos fluían como un manantial para irrigar la mente de sus alumnos, prendiendo en ellos la llama de la pasión por la literatura y el arte.


Pero sus enseñanzas no se limitaban a esto. Enseñaba didáctica, pedagogía, ética y sobre todo a transformarse en seres humanos íntegros. Como verdadero maestro sabía que la mejor enseñanza se da con el ejemplo. Su vida fue un dechado de virtudes. En las relaciones con sus estudiantes, con las autoridades académicas, con sus compañeros y con su familia. El respeto con las opiniones y creencias de los demás, la tolerancia con las ideas contrarias, el amor hacia su familia y el sentido de lealtad lo acompañaron en todos los actos de su vida. Leí “El Retador de Vivaldi”, la novela de Antonio, por los días en que salió al público y desde las primeras páginas, tanto la trama como la elegancia de su construcción literaria, me cautivaron, habiendo evacuado el libro en muy corto tiempo (creo que lo leí en 8 días). Después el libro desapareció misteriosamente de mi biblioteca. Quise reponerlo comprando uno nuevo pero estaba agotado. Espero que ahora alguna editorial haga una segunda edición póstuma de la obra que de seguro tendrá una buena acogida del público y así podre hacerle una segunda lectura a la novela, porque las obras de arte y de literatura nunca se agotan y siempre que volvemos a ellas, encontramos cosas nuevas y nuevas emociones.

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